Pocos gobernantes hay que hayan gozado de una manera tan extraordinaria del cariño de su pueblo, como san Enrique (973-1024).
Fue rey de Alemania y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Un día, a un vasallo que le aconsejaba tratar con crueldad a los revoltosos, le respondió:
“Dios no me dio la autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de hacer el mayor bien posible”.